Saturno es “el padre ogro”, que nos aleja de la comodidad maternal. Su integración es un gran paso evolutivo, ya que “rehusarse a madurar conlleva permanecer adherido a fantasías pueriles, aún en edad adulta”
El planeta Saturno, regente del signo capricornio, simboliza al padre y todo aquello que representa en su función. El límite, la ley, la estructura, el deber, la responsabilidad, la realidad, la autoridad, el tiempo, la maduración, etc. Desde tiempos antiguos se le ha atribuido el calificativo de “el gran maléfico” del zodíaco y aún hoy, desde la óptica de muchos astrólogos, conserva el mismo atributo.
No en vano ha adquirido ese título; el viaje hacia la integración de la función saturnina es tal vez una de las fases evolutivas más difíciles y complejas de todo ser humano. El padre como iniciador nos invita a realizar un cruce que implica un sacrificio. La actitud paterna nos separa de los brazos protectores de la madre -sean reales o simbólicos-, y la salida del estado de inconsciencia edénica conlleva una sensación de orfandad. El padre ogro expulsa a sus hijos, los separa de la madre o se los come, tal como lo ejemplifica el mito saturnino y algunos cuentos clásicos infantiles. Precisamente así comienza la odisea de enfrentarse al mundo; en soledad. “Arribar a un grado de conciencia superior equivale a estar solo en el mundo”, dice Carl Jung en Psicología del arquetipo infantil.
El niño herido
Trátese de una fase en la etapa real de crecimiento o asociada a la evolución y madurez adulta, la vivencia suele ser similar. A nivel psicológico, el contacto con la función saturnina supone un límite a la fase auto-centrada, inmadura e infantil. Bajo un tránsito importante de Saturno, la vida nos pide romper el cascarón con el propósito de acceder a un mundo más amplio. Durante esta etapa, es menester reconocer que los actos poseen consecuencias sobre los demás y en definitiva sobre uno mismo, como parte del conjunto de una sociedad. El trabajo, la responsabilidad, el esfuerzo, la realidad y las cuestiones materiales están a la orden del día. Asimismo se espera que construyamos nuevos cimientos. En ocasiones sin embargo, frente a este panorama nuestra reacción puede ser la de un niño herido con expresiones de evasión, auto victimización, etc. En este contexto, una imagen asociada a Saturno suele ser la del plomo.
El plomo es pesado, oscuro y a nivel psicológico esto implica una baja de la libido, que puede derivar en depresión. Esta baja de energía en general se debe a la confrontación con los niveles básicos de la vida en tanto materia y tiempo, aceptando la responsabilidad por estar encarnados en un cuerpo. Pero otras veces el sentirse como “plomo” es el resultado directo de la confrontación con deseos infantiles que se frustran. Rehusarse a madurar conlleva permanecer adherido a fantasías pueriles, aún en edad adulta.
De algún modo es como si ansiáramos que nuestra madre venga a rescatarnos de la figura aterradora y amenazante que representa el mundo externo. Esta fantasía se convierte luego en lo que todos conocemos como síntomas de angustia, depresión, soledad. “Con frecuencia, las personas deprimidas sueñan con leones voraces o con otros animales que las devoran, pero en especial con leones, y eso significa que la persona está deprimida porque está frustrada en la satisfacción de sus deseos salvajes”, escribe Marie Louise Von Franz, en Alchemy An Introduction to the Simbolism and the Psichology. Detrás de este conflicto psicológico, encontramos al niño herido, pero también la imagen psíquica del niño divino, la función trascendente y curativa de la cual habló Carl Jung, el potencial creativo y evolutivo que habita en nosotros.
Esta imagen interna, no es otra cosa que la proyección del estado paradisíaco del vientre materno esbozada en la idea de una relación perfecta, un trabajo ideal, etc. “La fantasía como tal es totalmente legítima, tiene la idea de (…) un estado perfecto y armonioso (…) pero, si se la proyecta sobre la vida exterior y se la quiere tener allí, en el aquí y ahora, es imposible”, señala Marie Louise Von Franz.
La integración de la proyección
Como consecuencia de esta división interna, la reconciliación (integración de la proyección) se torna necesaria. Una vez que la proyección es retirada, el límite se convierte en la puerta hacia un nivel de conciencia más elevado. Para arribar a este estadio, así como la finalidad del proceso alquímico era extraer el oro de la materia corruptible, Saturno pide una depuración. Despojarse de lo innecesario y pueril, pero salvar el núcleo arquetípico del niño divino; la imagen del Sí mismo (la noción arquetípica del hombre íntegro o indiviso). Esta es la llave que nos libera del plomo. Finalmente, este proceso incluye una forma de unificación que deriva en la experiencia de un núcleo sólido e indestructible (la piedra filosofal de los alquimistas).
Una buena metáfora es la del carbón. Este mineral sedimentario que en su aspecto es oscuro, concentrado, solo una roca, pero que en condiciones de mucha presión a lo largo del tiempo se convierte en un diamante, una piedra luminosa, radiante y valiosa. Luego de este prolongado y trabajoso viaje, el héroe descubre la esencia, la voluntad de la ley de la vida. Por eso ya no se resiste ni lucha contra la realidad. Ahora posee una gran capacidad para reconocer que en lo profundo, la estructura que se va manifestando en el tiempo, es la del Ser y en consecuencia trabaja conformemente con su voluntad. Habiendo llegado al punto más alto de la montaña, entonces deseo y realidad coinciden, cesa el conflicto y el arquetipo del anciano sabio emerge como una joya.